viernes, 3 de febrero de 2012

Una prostituta educada

(esto lo escribí en junio 2011, ahora lo comparto)


En un año que la educación es tema en sobremesas, pasillos, celebraciones y salas de espera, desde el candente lucro universitario hasta las olvidadas políticas escolares sobre educación sexual, Sofía espera contradictoriamente. Entre la resignación y la pasión anhela que su lucha dé lugar a una idiosincrasia con cultura sexual.

Lunes, 11 de la mañana. Esmeralda con Mac Iver. Hace frío y me paro en la vereda frente a la plazoleta. Pasan 20 minutos y aparece una mujer de unos 50 años, que debe haber sido delgada pero su edad le ha traído unos kilos de más. Rubia teñida, viste jeans, una chaqueta apretada y zapatos con taco aguja. Se para y espera. Los hombres que pasan a su lado la saludan. Yo la observo y ella me observa, ambas de reojo en la misma vereda. No quiero que se asuste, pero luego de unos 15 minutos, es sospechoso que yo, con mi ropa, mi mochila y mi pinta, esté igual que ella esperando. Comienzo a caminar hacia ella y cruza la calle hacia la plazoleta. También cruzo y la encaro. Igual que hace 5 años. Hace 5 años gracias a la misma mujer rubia, en la misma vereda, llegué al sindicato de trabajadoras sexuales.

Le pregunto si sabe cómo puedo contactar al sindicato.

-No existe más- me dice sin mirarme, queriendo que me vaya rápido. Insisto, si sabe cómo contactarlas.
-No- me responde seca, queriendo esquivarme.

-Un teléfono- vuelvo a insistir.

–No- repite y cruza la calle. Y se pone a esperar nuevamente.

Me alejo un poco, la sigo observando. Un hombre de unos 40 años pasa a su lado, la saluda. La espera acaba, se van juntos a hacer efectivo el servicio.

“El sindicato ya no existe”, la idea me da vueltas.

Hace 5 años fui a una charla de educación sexual del sindicato para sus trabajadoras. Necesitaba volver a contactarlas. Consigo el mail de la asociación, que no sé si alguien revisa. Luego de una semana una respuesta en mi bandeja de entrada. Es Sofía, la secretaria del sindicato inexistente.

Sofía no es prostituta, es trabajadora sexual. No es lo mismo, porque es sólo un trabajo, con horario, de lunes a viernes. De 11 a 17.30 horas. El resto del día, es hija, hermana, pareja. Y su trabajo, es temporal. Mientras no encuentra otro empleo estable. Un trabajo temporal que ejerce desde los 17 años. Hoy tiene 38. Pero también ha ejercido como trabajadora social y fue la secretaria del sindicato de trabajadores sexuales Ángela Lina.

Sofía es Sofía, o Marcia, o Paula, o Ximena de 11 a 17.30 horas, sólo cuando trabaja. Sofía es su nombre favorito, porque realmente es Mariela. Tiene el cabello teñido negro azabache, muy bien cuidado. Brillante y perfectamente peinado. Usa jeans celestes ajustados, pero no apretados. Botas y chaqueta de cuero negro. Lleva un par de anillos y unas pulseras. Un cutis brillante, de rasgos redondeados, sin ninguna arruga. De contextura media y un metro sesenta. Fuera de su marcado delineado de ojos y su sombra cobriza intensa, nada delata algún indicio de lo que se dedica. Podría ser vendedora de una tienda, funcionaria pública o recepcionista, porque está lejos del cliché social que atribuimos a lo comúnmente llamado prostituta.

No tiene muy claro cómo empezó en este oficio. La metió una mujer mayor, ella necesitaba trabajar para aportar en su casa, la casa de sus padres, con los que aún vive a sus 38 años. Nunca la han discriminado por su trabajo, ella los ayuda económicamente y se financia sus cosas.

-Es un trabajo más, que debería tener las mismas condiciones legales que cualquier otro- recalca con convicción. Porque además de ser trabajadora sexual, Sofía es una mujer política. Su forma de hablar, su energía, sus gestos… mujer de carácter fuerte con vocación de líder. No por nada fue la secretaria del sindicato durante los años que existió.
Su vocación política partió en una asociación de la iglesia católica cuando tenía 21 años, en el 94. La asociación luchaba por los derechos humanos de los trabajadores sexuales. Aunque el trabajo sexual no es delito en sí, la policía los perseguía por atentar “contra la moral y la buenas costumbres”. Ya no recuerda cuántas veces durmió presa.

El 2001 la asociación se transformó en el sindicato independiente de trabajadores sexuales Ángela Lina. Y Sofía se convirtió en la secretaria.

Aunque no lo dice, le gusta la actividad sindical. Habla apasionadamente cada vez que se refiere a ideas políticas, los ojos le brillan. Gesticula, como si quisiera agarrar algo que ya no existe más.

En el sindicato trabajó para que acabara la persecución policial. Consiguieron un “acuerdo” para que no tocaran a las mujeres que ejercen en la calle en ciertas zonas del centro. Esa era la lucha penal, que no las detuvieran, porque no son delincuentes. Pero otra gran lucha, fue la del código sanitario, que se refiere al estado de salud sexual de los trabajadores.

–Los pacos nos pedían el carné de sanidad, pero ¿qué saben de sanidad los carabineros que hacen control de calle? Nada- dice Sofía. -Ellos no son autoridad sanitaria, no tienen idea de educación sexual como la mayoría de los chilenos-.
Para Sofía, los chilenos no tenemos nuestra sexualidad asumida, no la comprendemos, la negamos. En definitiva somos ignorantes. Sofía ya no cree en los gobiernos, menos en éste, no cree que sean capaces de educarnos. Le parece un juego que el Ministerio de Educación proponga 7 programas diferentes de educación sexual para ser incluidos en los colegios. Si igual cada colegio va a elegir el que más le convenga, no se van a “mojar el potito”. -Un colegio católico jamás va a hablar de preservativos- dice entre resignada y molesta.

A mí me enseñaron a sumar con un ábaco y a multiplicar con lentejas. Quizás la metodología en cómo se enseña matemáticas puede variar, pero a todos nos enseñaron a sumar y las tablas de multiplicar. Todos aprendimos el mismo contenido mínimo en matemática, historia y lenguaje. Los 7 programas, a cargo de distintas organizaciones, no tienen el mismo contenido mínimo. Todos hablan de sexualidad, pero uno de ellos sólo habla de métodos de anticoncepción natural, sin tocar el uso del preservativo, por ejemplo. Una cosa es promover la abstinencia como línea editorial escolar, pero otra es omitir la existencia de los otros métodos de anticoncepción.

Sofía sabe de lo que habla. No inventa ni exagera. Yo fui a un colegio de monjas, y lo único que me enseñaron fue el control de natalidad mediante el método Billings.

Para Sofía y el sindicato, la educación sexual y la salud debe enseñarse con una misma lógica personal “donde tú te cuidas y aprendes a controlar si tienes una enfermedad”. Donde tienes conocimiento y puedes elegir, entender y respetar. Porque la educación sexual es mucho más que prevenir un embarazo no deseado.

Como secretaria del sindicato trabajó fuertemente por la educación sexual permanente. Viajaba de norte a sur, de Arica a Punta Arenas. Con el escaso financiamiento que conseguían de Conasida, daban charlas en los centros de ETS (Enfermedades de transmisión sexual) y en los mismos locales donde se ejerce el comercio sexual, en los saunas. Iban de local en local estrujando los recursos para poder responderle a sus socias. Cansadores viajes en bus, para estar por el día en una ciudad y luego seguir a otra.

Sofía es una trabajadora sexual en todas las dimensiones que implica. Ha entregado su energía y pasión al trabajo, un trabajo que para ella es temporal. Porque ella está titulada como Trabajadora Social. Se tituló el año 2005 en la Academia de Humanismo Cristiano. Estudió porque la asociación previa al sindicato la apoyó. Se demoró, pero lo logró. Les incentivaban que estudiaran, las ayudaban laboralmente para conseguirlo. Eso fue en el 95. Fue una de las pocas que logró estudiar, porque había terminado 4to medio, porque no tenía “daños”, porque nunca ha consumido drogas ni alcohol.

-Estudiar te abre otro mundo. Ayudé a la organización bastante, porque ya no había que contratar a una técnica ni a un profesional, porque yo sabía- dice orgullosa.

Y saber la llevó al puesto de secretaria. La presidenta del sindicato Eliana la llevó casi sin conocerla, porque valoró que se hubiera educado. Y así se ganó también el respeto de sus compañeras.

Sofía diseñaba los proyectos de educación permanente del sindicato. Tanto en temas de educación sexual, como de profesionalización del ejercicio.

Una de sus mayores luchas ha sido el uso del condón. El uso del condón es fundamental, y deben ser todas las que lo usen, porque o si no se “cagan el negocio entre ellas mismas”. Educaban acerca del uso del condón masculino, y también del condón femenino.

-¿Condón femenino?- la miro con confusión.

Sofía es experta en condón femenino: un preservativo alternativo, que se inventó en Inglaterra el año 92. Es una delgada funda elástica vaginal, de poliuretano (material más resistente que el látex) y que se puede llevar puesto hasta 8 horas. Se pone igual que un tampón y protege hasta con un 98% de efectividad de embarazos y de ETS. La mujer se lo puede poner mucho antes del acto sexual, lo que le permite tomar la opción de protegerse independiente de lo que quiera el hombre. Pero hay mucha ignorancia, mitos y desconocimiento de este preservativo. La única desventaja real es que es más caro que el condón, y que en Chile se comercializa sólo en 2 lugares.

Pero los hombres son machistas y la ignorancia sexual opaca la importancia del condón. Si un cliente las ve con condón femenino reclama, cuando lo están liberando de usar el condón normal. -Se asusta por ignorante- dice con superioridad. Además, la escasa comercialización no lo convirtió en una opción real. Por eso sigue la eterna lucha del uso del preservativo con el cliente.

Gracias al trabajo de esos años, Sofía sostiene que lograron que el 60% de las trabajadoras exigieran el uso del condón para prestar sus servicios. Sólo las mujeres más nuevas son más difíciles, no ven el sida como signo de muerte. Les regalan preservativos en los consultorios, y aún así no todas lo usan.

Sofía se apasiona cuando habla del condón. Pareciera que en él estuviera el corazón de la educación sexual. Se molesta y cambia el tono cuando piensa en el gobierno actual y sus políticas. Esto es mucho más que enseñar reproducción en los colegios. Hay que generar cultura sexual. Que haya dispensadores de preservativos en lugares públicos, que como sociedad entendamos la sexualidad como parte del día a día. Como parte inherente del ser humano.

-Para la derecha económica no existe. Si le diéramos el dato al Zalaquet, o al intendente, que ni sé quién…, no conozco a los intendentes de este gobierno… se mueren po, de todo el comercio sexual que hay- dice Sofía, que recalca que sólo en Santiago Centro deben ejercer unas 5000 mujeres, entre toples, calle, calle-hotel, nightclub y saunas. Porque además hay muchos que viven del comercio sexual: garzones, lencería, limpieza, dueños de los locales, las personas con VIH que venden preservativos. Es un mercado económico real y hay muchos interesados en que el trabajo sexual tenga su lugar en la sociedad, no sólo los clientes.

Sofía sólo trabaja con preservativo, si un cliente no quiere usarlo, entonces ella lo despacha. Esos clientes se enojan y se van, no buscan a otra, porque les come el amor propio. Ella lo aprendió como opción: o se cuida, o se enferma. Porque el cliente consume en distintos lados, y nada le asegura que viene limpio.

Trabaja para los hombres día a día, pero no los respeta. Se eriza al contar del hombre de familia “bien constituida”, casado, que va donde la trabajadora, que no se cuida y luego contagia a la señora. Son hombres jóvenes, de 30 años, y no tienen cultura sexual, a pesar de que el preservativo existe hace más de un siglo.

-Dicen “yo tengo hijo, yo tengo esposa”. Creen que por tener familia son inmunes- dice irónica Sofía.
El preservativo es una herramienta de trabajo, tal como el guante quirúrgico del cirujano o el casco del obrero. Cuando está con un cliente, le pasa el condón y hace que él mismo se lo ponga. Se las ingenia para que lo tomen con humor.
-Yo le digo a mis clientes, ¿de quién es el pene? Es tuyo. ¿Quién se lo tiene que cuidar?- y los hago ponerse condón. Las mujeres le ponemos los pañales a la guagua, los vestimos para ir al colegio, pero el condón es responsabilidad adulta, la mujer ya no debería luchar en ese tema-.

La educación permanente, pero no sólo a las trabajadoras sexuales –que ha sido su foco-, sino que en la sociedad, para mujeres y hombres, debería ser responsabilidad del gobierno. Aprender a poner un preservativo como contenido mínimo en todos los colegios, con una zanahoria, con un pepino, con lo que sea. Independiente de la creencia que tengan, porque hay adultos ex alumnos de colegios católicos que también son sus clientes. Y no sólo por ser clientes, educación para todos por igual, porque es respeto a la mujer, a sus parejas, novias, esposas. Es cultura.

Sofía nunca ha mezclado sentimientos y trabajo. Los clientes son clientes, y sólo eso. Ella tiene pareja estable hace 10 años. Una mujer de su misma edad, la que acepta que trabaje en el comercio sexual. No viven juntas, porque su pareja tiene un hijo, y porque Sofía reconoce ser mañosa. Muy mañosa. Es de ideas fijas en su cabeza. Mejor cada una en su lugar.

-Quizás de viejas- piensa en voz alta.

Sofía llevaba 3 años fuera del comercio sexual. Como la trabajadora social Mariela, en la Municipalidad de Maipú, trabajó en Seguridad Ciudadana y Adulto Mayor. Pero en enero la echaron, y mientras busca empleo, volvió a ejercer sexualmente.

Volvió a la calle y apareció nuevamente Sofía, en la modalidad Calle-Hotel. A las 11 de la mañana se para en la vereda, afuera del hotel donde tiene el “convenio”, espera que llegue un cliente, y luego lo atiende dentro de un cuarto, donde todo está arreglado.

Pero no quiere más, está cansada de estar de lunes a viernes de 11 a 17.30 horas parada en la calle esperando. Si al menos se formalizara su oficio, pudiera boletear por sus servicios, ser contratada, cumplir horario, tener salud y afp, quizás no dudaría tanto de su trabajo. Quiere salir del rubro y poder ejercer como trabajadora social.

También estudia. Está haciendo un diplomado en prevención de drogas y dependencia. El 2007 el sindicato murió, pero está en su esencia seguir educando a otros. Quiere salir del comercio sexual y dar asesorías técnicas. Quiere que ex trabajadoras más viejas sean contratadas por el Ministerio de Salud como consejeras en programas de educación sexual de calle.

Pero hasta tener ese empleo donde poder seguir educando, trabaja en la modalidad Calle-hotel. Y así espera. Espera a sus clientes, pero también espera que el estado asuma una responsabilidad social pendiente. Que el gobierno cumpla con la deuda de la educación sexual, que instale el uso del preservativo, que haya dispensadores en bares, hoteles, metro y baños públicos. Que se hable de zonas erógenas y no sólo de aparato reproductivo. Espera que los chilenos podamos entender y conocer los derechos sexuales y reproductivos. Que en colegios de elite -como el mío- no censuren, que enseñen que existen inventos y alternativas como el preservativo femenino. Y aunque yo decida nunca usarlo, espera que no la mire con mi cara ignorante, ni yo ni nadie, que no sea una lucha defender sus derechos sexuales.

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