domingo, 12 de mayo de 2019

Regreso




Hace 5 años y medio que dejé de hacer una de las cosas que más me gustaba. 
Escribir.

Escribir historias que aunque tal vez solo eran relevantes para mí, las hacía públicas aquí.
Públicas porque me conectaban al mundo, estimulaban mis sentidos y me inspiraban a seguir descubriendo y explorando cada rincón que se me cruzaba.

Esos 5 años y medio sin escribir calzan con mi partida a Los Angeles. Me fui de Chile escapando. Escapando de la monotonía que me producía la vida de pueblo. 
Agobio.
Siempre encontrarme con la misma gente, siempre tener un conocido en tal parte. La monotonía de significar algo solo por estar parada en tal lugar con tal persona.

Quería perderme y ser una desconocida. Conocer personas del mundo que no hubieran pisado Santiago, que no sintieran que podían descifrarme erróneamente. 
Así en The US tuve mis primeros amigos musulmalnes, mi primera amiga China, un séquito de amigos indios. Pero en este escaparme, me escondí también de las letras.

Tuve que borrarme, desgarrarme, perderme para algún día encontrarme.

El comienzo en EEUU no fue fácil, fueron 3 meses de continuo dolor de cadeza, de lidiar con mi acento bruto en una lengua que no me queda cómoda. 

De no lograr entender a esa ciudad de avenidas soleadas e insoladas, calles anchas en tonos amarillos, tan insoladas que aprendí a usar lentes de sol.

Para mí LA no es la playa de Santa Mónica, no es el West Side ni el turístico Hollywood. Es mucho más el contraste entre la población latina que con esfuerzo ha hecho la ciudad completamente suya, en un inglés mezclado con un español muy lejos de la real academia. Contraste entre ese mundo y la vida con sensación de tiempo estirado que me genera el valley, que es donde se encuentra a los verdaderos angelenos. Porque en Santa Mónica, Culver City y Hollywood son todos alienígenas, de East Coast, del MidWest, del desierto o de Florida... y obviamente del resto del mundo.

En el delirio de la insolación me perdí, pero al perderme conocí la primera estabilidad.

No pretendo resumir ni aburrir con los detalles de lo que ha pasado en estos 5 años.
Pero me fui a LA, hice un master, conocí a Anthony, volví a Chile, mantuve dos años una relación a distancia, me casé, Anthony se fue a Chile, y ahora estamos en Sao Paulo.

Al inicio de esos 5 años, con Anthony, descubrí algo que no quise compartir. 
Si compartía lo que había descubierto podía perderlo. 
Con Anthony encontré equilibrio. Calma. Una calma inexplicable a pesar de la incertidumbre.

Tuve miedo de perder esa calma, creí que volver a escribir significaría perder el equilibrio, porque cuando escribo, soy como un péndulo en extremos.  

Creí eso hasta hoy.
Hoy domingo estoy sola en esta ciudad indomable, mientras Anthony está en LA. 
Esta mañana fui a la Avenida Paulista, a la iglesia jesuíta de Sao Luis, quería ver como era la misa. Al entrar me sorprendió la solemnidad del coro, poco usual en las misas brasileñas. Me hizo recordar que aunque conectada a las redes sociales, todo el día en el mail, estoy desconectada del origen, de lo que me mueve, de las sensaciones irracionales, de los olores y las texturas.

Este regreso es un intento por encontrarme, por recuperar al corazón de felpa.