martes, 8 de marzo de 2011

El Asalto

Ya escribí sobre la Rueda de Reconocimiento que tuve en mayo del año pasado.

Para entender mejor ese texto, y por qué tendré que ir al Juicio Oral prontamente (ayer me llegó la citación), pretendo describir un poco el asalto, para entender el contexto.

El lunes 13 de julio del 2009 yo no iba a ir a trabajar. Era el primer día de rodaje de la película, pero el domingo tuve 38º de fiebre todo el día -algo muy raro en mí- y en la noche comencé a vomitar sin parar. Por arriba y por abajo.

La citación era a las 6 am en el campus Antumapu, de agronomía de la U. de Chile, en Santa Rosa. Ya había ido varias veces a hacer trámites de contrato para filmar, durante la preproducción. Pero siempre de día. Yo soy bien confiada, ando por todos lados, pero Santa Rosa con Vespucio, es un barrio que siempre me causó respeto.

Ese lunes a las 4.30 llamé a mi jefe, y le dije que no paraba de vomitar. Me dijo que no fuera.

-¿Y qué hago con los vales de bencina? y con las credenciales?- le dije, porque el rigor me lo han inculcado desde chica, aunque nunca impuesto, ni de manera consciente.

Eugenio me pasaría a buscar en el camión de vestuario a las 5.

- Pásale todo a Eugenio, imprime el plano en mapcity y explícale cómo llegar- me dijo él.

Me levanté, ordené todo, imprimí y cuando Eugenio llegó, lo hice pasar a la sala de estar.
Le dije que no iría, y colapsó.
Colapsó en serio.
Que no iba a llegar a la hora por mi culpa, que no sabía el camino, que sólo conocía Vespucio hacia el Norte, que no era de Santiago, que qué iba a hacer. Me insultó un poco, pero atribuyo sus palabras al real colapso.

A Eugenio le tengo cariño. Lo conocí como meritorio, y le agarré cariño. Siempre lo he encontrado un poco hiperventilado, pero no me afecta. O afectaba.

Tomé mi banano y plata para el taxi (ya estaba seudo vestida, porque no quería que me encontrara en pijama), y le dije:
-Te acompaño hasta Plaza Egaña, para que sepas donde está Vespucio hacia el sur, y me devuelvo en un taxi-.

Nos subimos al camión, y llegando a Vespucio, casi se mete contra el tránsito. Encontró grande la calle, o no vio el bandejón... No sé.
Se justificaba con que no era de Santiago.

Me bajó el paternalismo. Filo con mi fiebre, filo con mi gastroenteritis.
-Te acompaño hasta que recojamos a la Pilar, ahí me dejas en una bomba, y yo pido un radiotaxi- le dije.

La Pilar era la asistente de Vestuario, ella podía ayudarlo con el camino con el mapa, pensé. La pasamos a buscar, y me dejaron en una Copec en Vespucio con Sótero del Río. Que al otro lado de Vespucio, es Punta Arenas. Que al otro lado empieza La Granja y está la población de San Gregorio.

Pero bueno, Eugenio fue reclamando todo el trayecto, desde mi casa a la Copec, que por mi culpa iba a llegar atrasado. Y atrasado significaba como máximo a las 6.10 en vez de a las 6am. Porque tuvo que bajarse en mi casa y blah blah blah.

5.50 am. Llegamos con el camión a una bomba. Apenas lo asomó, yo me bajé y en menos de un segundo ya había partido raudo con el camión de vestuario.

Noche aún, fría y oscura. Cruzo por entremedio de las dos filas en donde los vehículos ponen combustible. Un solo auto y un solo bombero. Ni los miro.

Camino hacia la tiendita -mini tiendita de esa bomba-. Saco mi celular del banano para avisarle a mi jefe que Eugenio iba en camino, y unos 4 o 5 metros antes de entrar, un hombre joven se pone frente a mí. Ya no sé cómo vestía, podría haber sido un pantalón a cuadrillé. Pero sé que llevaba puesto un polerón con capuchón. Y que el capuchón cubría su cabeza.

Me mira y balbucea algo con un billete de 10 lucas en la mano.
En un flashazo de segundo creo que me preguntó si tenía cambio. Mi jefe me había contestado. Yo le hice con mi cabeza como "no". Pero como esos "no" que uno le hace al que te trata de encuestarte en la calle cuando caminas apurado. O como el que le hago a los limpiadores de parabrisas cuando no quiero que me los limpien.

Y en otro flashazo de segundo, se abalanzó contra mí, y como no me pudo quitar mi banano -que estaba muy aferrado debajo de mi brazo-, me tiró hacia el suelo.

Lo que recuerdo después de eso es confuso. No sé cuánto tiempo estuve en el suelo. Ni bien cómo me arrastró 3 metros por el suelo.

Me arrastró y quedé de guata con mi cabeza mirando hacia la máquina para poner gasolina. El bombero estaba solo, el auto que cargaba combustible ya no estaba.

Mi banano quedó debajo de mi pecho. Mi asaltante - que no parecía tener más de 18 años- me pegaba patadas por los costados, a la altura de las costillas y la guata. Tiraba la correa del banano.
Mi cuerpo tieso, los brazos contraídos. Toda apretada. Un par de veces traté de mirarlo hacia arriba. Lo que vi eran sus brazos jalando la correa de mi banano, como si me estuviera tirando del brazo... y sus piernas que pateaban hacia todos lados. Mi mirada volvía rápidamente al suelo, apretaba mis puños, veía sus pies acercándose a mi cuerpo y cerraba los ojos esperando que esto acabara.
Yo escuchaba la voz de la señora de la tiendita, que le gritaba
-suéltala, déjala, por favor suéltala- repetidas veces.

No sé cuánto tiempo fue, pero yo sentí que fue un buen rato. Hasta que me rendí y aflojé, y salió mi banano.
Y el púber teen asaltante se subió rápidamente en un auto sedan de color claro. Y escapó.
Con mi banano. Y 15 lucas. Nada más.

Y recién ahí me di cuenta de que estaba llorando. Que tenía las manos y rodillas rasmilladas, a pesar de las dos capas de ropa que tenía puestas. Que había avanzado 3 metros por el suelo.

La vendedora de la tiendita salió corriendo a buscarme. Me levantó, me entró, y cerró con llave.
Me sentó en una silla, y me dio un vaso de agua, en esos de cocacola rojos, como de papel plastificado.

Yo lloraba y lloraba. Ella me miraba tiernamente.
-Usted no es de acá, se nota, qué vino a hacer una niñita como usted por estos lados. Son barrios malos- me decía.

Dios me cuida, y a pesar de todo, las cosas pasan por algo. Por algo llamé a mi jefe segundos antes. Y ese algo hizo que tuviera el celular en la mano todo el rato. Y con mi mano apretada, la almejita no fue hurtada. Porque en esa Copec no había teléfono público (estaba desmantelado), ni salida para celular en el teléfono del local.

Llamé a mi casa, todos dormidos, nadie contestaba.
LLamé a mi jefe.
-Me asaltaron-.

Ni me di cuenta y ya había amanecido.
Ya había varios autos rellenando combustible.

Antes, el bombero, se había acercado con un papelito. No me habló, no me dijo nada. Le pasó el papelito a la vendedora por la ventanilla de la puerta. Y ella me lo pasó a mí.

Una compañera de trabajo llegó a buscarme una hora después del incidente. Me llevó a una comisaría en otro barrio.

En la comisaría abrí el papelito: letras y números. El bombero había anotado la patente.
En el minuto él no podía hacer nada, trabajaba ahí y un ajuste habría sido lo más probable si intentaba algo. Pero con ese gesto, me había ayudado.

La patente del vehículo calzaba con el sedán de color claro. Me mostraron una batería de 10 rostros, todos de la misma edad, 18 años. Aún tenía fresca - sigo teniéndola- la cara con capuchón que balbuceó frente a mí.

-Es ése- dije.
-¿Segura?- me preguntó el carabinero.
-¿Qué pasa si estoy segura?- pregunté.
-Se puede seguir con la diligencia- me dijo.
-¿Cárcel?-
-Sí, por ser robo con violencia-

No me gusta que la gente se vaya a la cárcel, no creo que la gente salga rehabilitada, creo que produce más rabia.

-Sí, estoy segura-. Es que su rostro era inconfundible.

Con el tiempo, supe por la investigación que ni el bombero, ni la vendedora trabajan más ahí. En esa Copec del terror. Ella me había contado que era pan de cada día. No sé si los cambiaron, o ellos se fueron. Sólo sé que ya no tienen que estar ahí con miedo de que los asalten jóvenes tocados, que a las 6 de la mañana van de vuelta de la juerga. Mi asalto debe haber sido el remate de una noche de domingo. Me alegra que no estén más ahí. Fueron ángeles que me cuidaron.

10 meses después me citaron. Eso fue mi Rueda de Reconocimiento.

un año y 8 meses después me volvieron a citar,
esta vez al Juicio Oral.

--
pensar que por ese banano y 15 lucas, hasta 4 años se puede ganar.

domingo, 6 de marzo de 2011

una noche con Rodolfo, parte 1

N.R: esto comencé a escribirlo el 21 de julio del 2010. Por eso es parte 1, porque lo escribo en un tiempo, no será lo mismo desde otro contexto. Como no lo terminé, la parte 2 será desde el presente, y igualando ambos tiempos. En ese miércoles 21 decía así...



estar en Cuba es raro
y raro es una palabra qe queda extremadamente chica
si los que pasan una semana en un paquete all inclusive dicen que es un país extraño,
qué les puedo decir yo, que pasé 2 meses y medio respirando ese aire tropical

hoy se graduaron los de tercero en la finca de san tranquilino
esa finca fue mi casa durante los dos meses que estudié en la EICTV (Escuela de Cine y TV de San Antonio de los Baños, Cuba)
y me pasaron cosas raras

desde que me bajé del avión me envolvió esa densa nube invisible de cálida humedad. parecido al calor de enero en sao paulo, pero el olor era mucho más intenso
recuerdo el taxi que me llevó y esa primera mirada a todo lo que podía, como si fuera la última vez

es que esos días fueron todos como la última vez de algo
cada día fue intenso, algo se me colaba entre los dedos, y yo aleteaba para empaparme hasta detrás del pliegue de mis orejas

pero hablar de la escuela es imposible, tendría que escribir hojas y hojas y no sé si a alguien le daría para leerlo.

algo tendré que escribir un día eso sí, de toda mi experiencia con mi tobillo derecho dentro de la finca, aunque dicen que lo q se vive en la finca, no sale de ella. aunque uno trate de contarlo, es imposible explicarlo

por eso me quedo hoy con esa noche en la habana.

diciembre. 2009.
el aire está más fresco. quién diría que en Cuba hay días frescos, y hasta helados, como para usar bufanda.
Festival del Nuevo Cine Latinoamericano.

yo llegué tarde al festival, porque después de nuestras clases que acabaron el 27 de noviembre, me fui con Gaby -mi amiga uruguaya- a recorrer unos días el otro extremos de la isla. Estuvimos en la olvidada Baracoa (donde se fundó la primera capital de Cuba en 1511), en la fiestera e histórica Santiago de Cuba (con sus Casa de la Trova y Casa de la Música, con su mágico Cayo Granma, y con todos los vestigios de la historia revolucionaria), y luego sola partí a Trinidad donde sólo conocí encanto y amabilidad.

Jorge el pescador que me llevó en su auto a la playa Ancón, la casa de Giselle, con maravillosos muebles tallados por su marido y mi amigo Carlos, que conocí en la escalinata de Trinidad, donde estaba toda la gente reunida al ritmo de una banda. Carlos me llevó a la Casa de la Música, y terminamos tomando agua en su casa, una verdadera casona de lujo pre revolución. Casa que por necesidad hoy alberga a toda la familia: padres separados, hijo casado, nietos, la habitación de Carlos y la habitación para el turista.

Legué entonces al Festival el 7 de diciembre, me volví a juntar con Gaby, que me esperaba en la casa de Conchita, donde arrendábamos nuestro cuarto. Donde también mi amiga Dalia - de Argentina- estaba con su novio Nico.
Ese fue un día de re encuentros. Habían pasado sólo 10 días y ya echaba a todos demasiado de menos. Cuando la palabra saudade es la que mejor expresa el sentimiento.

Ese día vi Huacho, todos vieron Huacho, y varios la amaron. Ese día almorzamos en el FOCSA, en el café TV, ese día en la noche, luego de varias películas, y unas Cristal, a las 1 y media de la madrugada decidí subirme a la guagua que llevaba a los estudiantes de la EICTV de vuelta del festival. Tuve mi última noche en el rapidito. Con mi querido Andrés Buitrago, los brasileros Glaydson y Lucas, el uruguayo Guille - amigo de Gaby-, Richi, y mi boliviana favorita Valeria. Esa noche probé el planchón, un ron del terror, que venía en una cajita tetrapack individual, que la primera vez que la vi, ingenuamente creí que era leche chocolatada.

Esa noche dormí ahí, por última vez, en el departamento de Guille, que para mí era el departamento de los españoles Diego y Eduardo. Al día siguiente me encontré con Helena y almorzamos juntas en el comedor, como en los tiempos del taller. Tomé la guagua a la Habana, dejando por última vez la EICTV. Menos mal que mi última noche fue esa, y no la siguiente. Porque en ese minuto no me imaginaba todo lo que me pasaría ese martes 8 de diciembre.