miércoles, 19 de mayo de 2010

Rueda de Reconocimiento

Jueves 13 de mayo, 15 horas, me pasa a buscar el taxi que manda la fiscalía.
15.40, estoy sentada en un livingcito en el tercer piso de los tribunales de justicia. Es un living para víctimas.
Me ofrecen té y galletas.
Hay un televisor, diarios y una mesita para niños, de colores, con lápices para pintar. Tomo una revista de suplemento de periódico y la hojeo con mi taza de té al lado.

Un hombre me avisa que el procedimiento se podrá realizar en unos 20 minutos, porque hay cierto atraso, y yo pienso, si faltan 20 minutos para las 4, que es la hora fijada para el procedimiento.
Mientras espero, pasan dos hombres terneados comentando que tal hombre se violó a su hijo, como si fuera hablar del smog de Santiago, mientras al mismo tiempo yo leo una entrevista al padre de Felipe Cruzat, un año después de la muerte de su hijo.

4 en punto, el mismo hombre que me dijo lo del atraso me avisa que el procedimiento está listo, que si estoy nerviosa, si necesito que él vaya.

Le digo que estoy tranquila.
Le pide a un hombre de 2 metros de alto que me lleve a la penitenciaría sur.
Sigo al hombre de dos metros, bajamos en ascensor al -1, salimos hacia el estacionamiento de la gente que trabaja ahí y luego salimos a la calle por el portón de los funcionarios.

Caminamos bordeando el murallón de la peni y llegamos a la reja de entrada. Mientras nos abren leo un cartel dirigido a las visitas de los reos.

Entro con el hombre de 2 metros y nos espera el abogado de la fiscalía oriente, el asistente de la fiscal que ve mi caso, el mismo que me tomó la declaración (el tiempo es difuso en mi mente, ya no recuerdo si en septiembre o enero)

Nos piden nuestros celulares, los dejan en un casillero, pasamos nuestras cédulas de identidad, pasamos por el detector de metales y caemos en el primer patio de la peni.

Pocos presos transitan por ahí. A la derecha una oficina, entramos. Debe ser la oficina del gendarme, o el nombre que tengan los que están a cargo de los presos.

Juntan la puerta, me hacen sentarme.
La oficina es pequeña, un escritorio, un computador, un estante y la silla que ocupo yo.
En eso, un preso se asoma y de golpe le cierran la puerta con un -ahora no-.

Me explican: vendrán 5 hombres, cada uno con un número. La puerta de la oficina es vidriada, y yo puedo ver para afuera, pero ellos no para adentro. Yo me imaginaba una salita, con un vidrio, que daba a otro recinto, como en las películas. Pero estamos en Chile, y es una puerta no más, y ellos estarán en el patio.

Cuando esté segura de haberlo reconocido, tengo que decir quién es.

Cierran la puerta con pestillo, y en menos de 2 minutos otro gendarme tiene a los 5 candidatos enumerados. El gendarme jefe me hace un gesto para que me acerque a la puerta. Me paro, me acerco al vidrio y me pongo a mirarlos.

Para mí, si quien me robó está ahí, tengo sólo un candidato.

Los veo, y es indudable, uno de ellos tiene un look más "lolo". Unos pantalones escoceses, y la actitud corporal de quien recuerdo. Tiene otro corte de pelo, y yo lo recordaba más rucio, pero su mirada, es la misma. Es extraño pensar en la posibilidad de que es la misma.

En voz alta digo que creo que es uno de ellos, pregunto si por favor pueden dar un paso adelante, y por radio dan la instrucción.

Tengo ganas de poder mirarlo a los ojos, sin vidrio, como ese día a las 6 de la mañana, cuando se me acercó con el billete de 10 lucas en la mano, preguntando algo que nunca supe qué fue. Que en verdad creo que no supe, porque no debe haber dicho mucho, no más que un balbuceo.
Quiero poder mirarlo a los ojos, pero no para acusarlo, quiero volver a sentir esa mirada…
Es como si se estuviera escondiendo, como que mira tímido y con desconfianza, no es un ladrón profesional -eso siento-, no es confrontacional, no es desafiante -no lo fue esa vez- sino que de aficionado fue arrebatado
Es un niño malo que no quiere que lo pillen, el que quemó el libro de clases en el colegio.

Es la sensación que tengo
Y me quedan dudas de si es
Porque no entiendo entonces…
Porque si el auto era de él, por qué él no lo manejaba
Y si estoy acusando al errado
Si andaba con un amigo muy parecido, y fue el amigo el que me asaltó, y él sólo un cómplice
Y quizás yo me lo creí de ver la foto, “es él, el dueño del auto”
O si tiene un hermano y lo estoy confundiendo también
Y si es que sí fuera, por qué él no estaba al volante? Quién manejaba su auto, de haberlo manejado, quizás otro me habría asaltado, y no habría podido reconocerlo…

Y es mucha la responsabilidad de decir en voz alta “es él”
Que por mí, por reconocerlo, nos vayamos a juicio, mi palabra contra la suya, y que le den 4 años más de los que ya tiene
Y que pase toda su juventud encerrado (cuando me asaltó, tenía 18 años)

Quiero verlo a los ojos y recrear la mirada, la sensación, y estar segura de que es

Pero despierto y digo, esos gestos, esa actitud
Ni que me hubiera asaltado ayer
Es como si no estuvieran los otros 4, no los veo y eso que están al lado. Intento mirarlos, pero mis ojos sin quererlo vuelven a él.

En voz alta, sin despegarme del vidrio, digo - ES EL TERCERO, estoy segura-
El gendarme jefe a mi lado me dice que tengo que decirlo al abogado, que con el hombre de dos metros son los testigos de fe.

-Es el tercero, estoy segura- repito mirándolos.

Y el abogado pide al gendarme secretario que hace el informe que deje la constancia de mi seguridad, que no dudé.

Por radio el gendarme jefe da la orden de procedimiento finalizado, para que se lleven a los 5 reos.

Y yo aun no sé si dije lo correcto, es muy extraña la sensación de que años de libertad dependan de uno.

Listo, terminamos, el abogado me dice -te fue bien, era él-

Lo reconocí, se supone, pero aun no se me va el sentimiento extraño.

Caminamos y es como un sueño, como que nada es real y todo está pasando muy rápido para la importancia que tiene.

Nos devuelven los celulares, y los carné.
Nos dirigimos al portón de salida.

El abogado me dice -eres muy buen víctima, ojalá todas las víctimas fueran como tú-

…siempre fui buena alumna en el colegio…

Y yo aun medio suspendida, pero él como si fuera hablar del smog de Santiago

Nos despedimos, y caminé con el hombre de dos metros a mi lado, de vuelta al centro de justicia, con el trámite finalizado...

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N.R: para entender mejor, finalmente escribí el asalto, pueden leerlo también

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