viernes, 9 de noviembre de 2007

Suspiro final... (4/4)






cuando me despierto ese día que es el último día de viaje, siempre me viene una sensación extraña...

debe ser porque el paréntesis se acaba, y hay que volver al mundo real...

debe ser porque me queda la sensación de que el tiempo no fue suficiente, y me habría gustado quedarme más

debe ser porque me gustan transitar y andar algo errante, activar los cruces, y debo volver a sedentarizarme...


pero todo es tránsito, vivimos transitando entre el aquí y el allá, entre la puerta de mi pieza y el baño, entre la micro y mi sala de clases, incluso entre una letra y otra de este teclado que estoy mirando (porque soy medio ñurda pa tipear y miro las letras...)


me gusta transitar

trasladarme
suspender los tiempos
o extenderlos
encontrarme, encontrarte, encontrarlo
descubrir
y ocultarme


escribir es una forma de ocultamiento, porque en el fondo, escribo como quiero que me lean, pero me reservo... incluso dudo que los blogs exhibicionistas sean un desnudarse auténtico


y hago de los lugares en los que estoy, una experiencia de traslados y tránsitos, incluso en el cotidiano de mi gran Santiago


y bueno, despierto en Lima, mi último día


y cada segundo es una silenciosa e íntima despedida con las cosas


y las atmósferas


y así empieza:


domingo 14 de octubre


último desayuno solitario que tomo, ya ni siquiera hay otros huéspedes acompañándome

sólo está mi panera, la mermelada, el jugo de papaya natural, y mi café con leche, en este comedor con sillas viejas que tienen un aire medieval de aldea...

luego de sacarme el sueño con una ducha post desayuno (sí, porque me ducho después del desayuno pa no desperdiciar minutos en los que puedo dormir), vamos yoni, mv, gonzalo y yo a la feria de artesanías en la calle Petit Thours. Tenía la difícil misión de comprarle un balcón limeño a mi madre (porque ella una vez se compró uno pero se lo robaron de la pared de mi casa, lo que llevó a tomar medidas de seguridad como esas horribles puntas de fierro negro en la reja de mi casa)


la misión era difícil, porque casi ningún puesto vendía los balcones, y los que vendían, vendían unos horribles, hechos en serie, para el gringo que se lleva el souvenir. y por mucho que sea un encargo, algo de criterio tengo como pa andar comprando un balconcito en serie. finalmente había uno de un puesto de tallado, más artesanal, y ese fue el elegido, con sus 6 ventanitas que abren y cierran.


como nos habíamos levantado tarde, más la hora que nos dio la vuelta por la feria, llevar el balcón de vuelta al hostal, porque no iba a parecer ekeko, nos había venido hambre. (obvio que a mí menos que el resto, porque yo era la única ñoña que se levantaba a desayunar, es que sin desayuno me muero)


volvimos a Barranco a comer donde "Javier", local que nos había albergado la noche anterior y nos había dejado muy contentos con su cocina y sus piscosours de cortesía (ojo que esta vez de yapa me dieron un vaso de chicha morada para que la probara).








No tengo palabras para describir el chupe de corvina que me comí. es que no es lo que yo entendía por chupe (como chupe de jaibas o de locos), sino que era como un plato ensopado y cremoso, suave, que literalmente al acordarme me activa el salivar...


después de un almuerzo como dos horas con vista al mar y aire fresco, volvimos al dominguero paseo de la plaza de Barranco. La idea era ir a un coliseo a ver peleas de gallos, y nos habían hablado de uno por el sector. Luego de un rato en la plaza, y caminando hacia algún taxi que nos llevara al coliseo, sentimos un "Gonzalo"...


casi como una aparición, era nuestro amigo Lucho, que creíamos no volver a verlo. Pero los cruces y encuentros se dan cuando deben darse y esta vez era necesario despedirse del amigo limeño.


Fuimos a conocer departamentito de un cuarto, en el patio de una casona antigua, gigante, con vista al mar. Una de esas casas en las que para el último terremoto un muro se rasgó...


Luchito nos dijo que en el coliseo donde nos habían mandado nunca han habido peleas de gallos, y lo confirmó preguntándole a un sabio amigo callejero del barrio.


Pero en un barrio algo más periférico, y no tan lejos sí había un coliseo de gallos.

Tomamos un taxi los 5 y partimos a Surco. En la plaza de Surco preguntamos y llegamos al Coliseo Rosedal... sí es coliseo de peleas de gallos




entramos
y ahí estaba el círculo donde se despluman las aves, lleno de plumas blancas, sólo que no había aves, ni gente esperando... las peleas sólo eran los jueves. Nos queda un motivo para volver, siempre hay que dejar algo para otra vez.


y volvimos a Barranco, y nos despedimos de Lucho

y volvimos a Miraflores al parque central por última vez
y luego caminando al hotel

y de pronto, ya había pasado el tiempo, y era hora de partir al aeropuerto


y eso fue

ya en el aeropuerto empieza el aterrizaje aún sin despegar
y la sensación extraña que he tenido durante todo el día, ahora empieza a desvanecerse, porque ya no me quedan más adioses

y fue un día de domingo

en todo sentido
de ocio
de tranquilidad
de cosas que no están abiertas por ser domingo
de plaza de barrio con gente paseando
de almuerzo rico
y de cerrar los ojos en la butaca de un avión, para viajar de madrugada y aterrizar con sol en Santiago...

.
.
.
ese lunes 15 nació Gaspar, mi tercer sobrino, pero el primer niño, nació un mes antes, solo con sus padres en Santiago...

y gracias sister por el viaje... inolvidable


2 comentarios:

Unknown dijo...

mmm ese platillo se ve realmente sabroso
a un gallo de pelea como yo seguramente le vendrá muy bien antes de su lucha.

Anónimo dijo...

el mejor de los cuatro.